30 diciembre, 2005

Incredulidad post-ilusa

Se ocultan detrás de las siluetas, haciéndole compañía a las sombras. Los busco atrás de las figuras pero poseen la agilidad propia de las ánimas. Siento las miradas que me observan desde el anonimato y me alegro de no estar sola en esta nublada realidad. Me reconforta saber que ahí están, pero la insatisfacción de sentirlos lejanos me inunda. Sus caras, sus ojos, sonrisas, son conocidas… familiares. Son todos un mejor amigo, algún viejo amor… son todos yo. Yo, ella, él, vos. Son todos y hoy no son nadie. Hoy los niegan, me olvidan, los evoco. Me aferro, se aferran, nos aferramos y la caída es inevitable. No los rescato, no me rescatan, esa fuerza me los arrebata, porque de aquel lado de la soga tiran aquellos cuyo fuerte incentivo, el dinero, motiva más que a los rivales sumidos en la bronca e impotencia. En esta pelea injusta ganan con una mano en los ojos y otra en los bolsillos. Pido que no me dejen tirar sola de esta impune soga que ya no participa del juego y se dedica a atarse al cuello de los condenados, asfixiándolos rápidamente antes de que puedan pedir ayuda; cual serpiente que inyecta su veneno más letal y doloroso sin remordimiento alguno, y observa caer a sus víctimas con satisfacción mientras su amo le da unas palmadas congraciando su desempeño. Ya nadie los llora, porque los que sobreviven sufren los efectos de otro veneno igual de rápido y fatal: la incertidumbre y el olvido. Este carece de cura alguna y es altamente efectivo, mata sin dejar morir; obliga a su presa a observar su lenta y dolorosa muerte, sin contemplar la eutanasia como una posibilidad.
Y seguimos todos presos de esta enfermedad, agonizando al mismo tiempo en sitios en donde los gritos no llegan molestarlos. Y día a día nos morimos un poquito más, hundiéndonos en este pozo de desesperación y desolación.

¿Por qué será que ejerciendo esas mínimas e ineficaces posibilidades que nos da esta farsa llamada democracia, sigo sintiendo que nada cambia ni va a cambiar?

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